El auge que ha tenido el desarrollo en las técnicas de visualización del cerebro –principal causa del surgimiento de los neuroloquesea– ha hecho que propuestas antiguas recurran al prefijo neuro en un intento acelerado de actualización, aunque en realidad no haya nada novedoso. Este es claramente el caso de la neuromúsica que trata de presentarse como resultado de investigaciones cerebrales cuando en realidad dista mucho de eso.
La revisión de las fuentes que hablan sobre el tema deja una sensación de vacío total frente a las supuestas investigaciones cerebrales a las que se hace referencia pues, a lo sumo, llegan a mencionarse uno o dos datos (en el mejor de los casos), de cómo el uso de alguna técnica de visualización del cerebro ha mostrado que al escuchar música muchas áreas cerebrales se activan, casi igual a lo que sucede con cualquier otro tipo de percepción.
El origen de la neuromúsica está asociado a la musicoterapia, de manera que es natural que gran parte de su interés tenga que ver con las posibles aplicaciones en el campo de la salud. En marzo de 2022 se estableció la primera maestría en neuromúsica en España. La propuesta –rechazada por varias universidades– finalmente fue avalada por la Universidad Católica de Murcia (que no aparece en el QS World University Rankings 2021-2022), para ser ofrecida en su plataforma digital. La maestría propone el estudio de la interacción música-cerebro y sus aplicaciones en salud, marketing y deporte. Los siete módulos ofrecidos son indistinguibles de lo que ofrecen cursos tradicionales de formación en musicoterapia.
Igual que la musicoterapia, la neuromúsica se presenta como herramienta para mejorar esferas del comportamiento (motricidad, capacidades sensoriales, habilidades cognitivas, sociales o emocionales), que pueden verse afectadas en el curso de enfermedades como el autismo, retrasos en el desarrollo o como secuelas de lesiones cerebrales, de forma que su papel se enmarca dentro de la rehabilitación. En este aspecto, esta aproximación es claramente igual a la musicoterapia y no hay nada que justifique llamarla neuromúsica.
Resulta interesante que, en aras de mantenerse a tono con el momento histórico, muchos institutos reconocidos de musicoterapia, como, por ejemplo, la Red latinoamericana de Musicoterapia y Neurología, han optado por incluir “neuromúsica” como palabra-gancho en sus portafolios de presentación y así aprovechar la popularidad del término y la audiencia que convoca.
Desde una perspectiva menos centrada en las aplicaciones clínicas, podemos considerar que la neuromúsica posee al menos dos acepciones diferentes: una de ellas es el estudio sistemático de las bases neuronales de la percepción y la ejecución musical. Claramente, no tiene ningún sentido llamarlo neuromúsica pues es tan solo una rama muy específica de las neurociencias. La otra acepción hace referencia a la música generada mediante el uso de alguna interfaz directa entre la lectura de la actividad cerebral (por ejemplo, señales electroencefalográficas) y un instrumento musical (por lo general electrónico). Pero, el estudio de la traducción de ondas cerebrales en música, se inició hacia mediados de los años 1960 con el trabajo pionero de Alvin Augustus Lucier, por lo que sigue sin ser clara la contribución del prefijo “neuro” en la propuesta actual.
Quizá el aspecto más atractivo con el que la neuromúsica desea atraer público es el indiscutible efecto de la música sobre la emoción. Composiciones en tonalidades mayores y con tempos superiores a 110 pulsos por minuto (la música va rápido) nos hacen sentir alegría o felicidad. Incluso, a algunas personas les ocasiona deseos de bailar o al menos de moverse en consonancia con la música que suena. De igual forma, composiciones en tonalidades menores y en tempos de tipo adagio, o en general menores que 80 pulsos por minuto (la música va lento), nos inducen estados nostálgicos, melancólicos, tristes y oscuros. Debido a esta universalidad instintiva de la evocación de estados emocionales tan fácilmente percibidos por todos al escuchar cualquier tipo de música, es fácil que muchas personas, con un total desconocimiento de cualquier tipo de información sobre neurociencias, se autodenominen “neuromúsicos”.
Un caso que ejemplifica esto es el de un conocido músico con una muy amplia formación musical en diversos géneros (desde merengue hasta rock), con más de 35 años de experiencia musical, formado en música popular caribeña y del pacífico, pianista, arreglista, director de orquesta y ninguna formación en neurociencias, quien, sin embargo, ha escrito un libro titulado “Neuromusica” y se presenta públicamente como “neuromúsico”. Según su propia presentación en LinkedIn, fundamenta su saber en neuromusicología en que “por medio de la Neuromúsica, todas las personas pueden mejorar su calidad de vida, si la aprenden a utilizar como herramienta saludable; ya que es aplicar la apreciación musical en las canciones que te gustan y alegran; de esa forma bajas el nivel de estrés y aumentas las defensas de tú organismo”.
Naturalmente, esto no guarda ninguna relación siquiera con los principios clásicos de la musicoterapia y representa una visión lega del placer que en un gran número de personas puede proveer la música. Bajo esta lógica, la neuromúsica presenta varias desventajas que la alejan de poder considerarla un área o una aplicación. A continuación se presentan tres problemas fundamentales de esta propuesta:
No hay presencia de lo “neuro”: En ninguna de las fuentes consultadas fue posible encontrar algo que justifique el uso del prefijo “neuro” antepuesto a la palabra “música”. En la mayoría de los casos se hace referencia a los mismos supuestos de la musicoterapia. En algunos casos se hace referencia a alguna técnica para visualizar el cerebro y así demostrar la activación de áreas cerebrales. Pero, en ningún momento se establece alguna relación entre esta activación y lo que ella significa en el comportamiento del sujeto o el efecto terapeutico que la acompaña.
Es similar a la musicoterapia: Las aplicaciones propuestas son exactamente las mismas de la musicoterapia tradicional, con un énfasis particular en la rehabilitación y en los problemas del desarrollo infantil. En ninguna de las fuentes consultadas se presentó alguna aplicación diferente a aquellas a las que se dirige la musicoterapia.
No es una práctica científica: Si bien la evidencia sobre efectos de la música sobre el comportamiento (por ejemplo el famoso “efecto Mozart”) no es muy clara, su estudio y comprensión es perseguido por las neurociencias aplicadas. El análisis de los procesos cerebrales responsables de la percepción musical y de la ejecución musical son un objeto de estudio válido y con implicaciones relevantes para las ciencias del cerebro. Sin embargo, la neuromúsica carece totalmente de cualquiera de los elementos para dirigir estos estudios.
Aunque la música haga parte fundamental de la experiencia de muchos de nosotros, no es posible generalizar este efecto en todas las personas. Se ha documentado acerca de individuos que han perdido la capacidad de entender la música (amusia o agnosia músical) por efecto de una lesión en el tejido nervioso y que siguen siendo funcionales en otros dominios. La propuesta terapéutica de la neuromúsica es muy vaga, no acude a principios del estudio del cerebro para formular sus argumentos y su principal narrativa se fundamenta en la técnica de imágenes del cerebro por resonancia magnética funcional. Está técnica ha sido polémica desde su aparición, pues los resultados que obtiene están basados en modelos estadísticos que extrapolan mediante algoritmos la actividad de una zona u otra del cerebro.
Conclusión: La neuromúsica es una propuesta confusa, que no se diferencia complementamente de la músicoterapia y tampoco logra conectarse con el quehacer de las neurociencias.
Cerebro derretido
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